1. LENGUAJE Y REALIDAD

Según el estructuralismo el ser humano como tal no existe porque su base conceptual originaria ha cambiado de modo que ahora o en adelante sólo se concibe un resultado cambiante por una cultura social, y esto quiere decir que comporta toda verdad una estructura. Lo verdadero del ser humano anterior es irrecuperable en cuanto a que “ahora” es un resultado o algo distinto.

Ahora bien, ese “algo distinto” ha trascendido y, en efecto, la verdad ha trascendido de lo que fue –no de lo que no fue- pero, además, se ha superado a sí misma –lo que supone toda adaptación o evolución- desde el contexto natural, no desde el exclusivamente simbólico.

Sí, en cuanto se habla de lenguaje a veces se extrapola a que es un condicionante que lo ha determinado todo, incluso toda verdad o noción de realidad. ¿Es eso así? Por el ser humano la verdad está dicha de una forma lingüística que expresa proposiciones –informaciones verbales o formales-, luego “toda teoría de la verdad de las formas lingüísticas tiene que presuponer la teoría previa de la verdad de las proposiciones” –como decía Sellars-,  salvarse de su puro lenguaje.

Pero, el lenguaje forma parte epistemológicamente del mismo conocimiento –del transmitirlo-, o sea, si existe el conocimiento es porque sólo se transmite ya sea por una vía primitiva del lenguaje o de otra en cuanto a que un ser vivo es receptor de informaciones que les transmite –o inevitablemente le ofrece- el entorno; esto es, el conocimiento no está sin el sujeto, sino está “dándose” al sujeto o el conocimiento está haciendo al sujeto, por lo que está predispuesto para él.

Digamos que, del mismo modo que la autorregulación está predispuesta para un ser vivo, el conocimiento es un resultado progresivo de una interacción de ese ser vivo con el entorno; por ende, esa autorregulación se encuentra reglada en coherencia comunicable con la existencia real del medio.

Al lado de esto, la mente humana construye un sistema propio a través de la cultura que le favorece su socialización; sin embargo, la naturaleza también lo hace con una “cultura natural o evolutiva”. Más claro: todo sistema depende –“subsiste”- de lo que le ha permitido trascender o… expresa su pasado, puesto que tal es una expresión que ha adquirido “continuamente”, no que “ahora” ya tiene desde la nada o irrealmente.

A razón de tal inherencia, es cierto, sí,  que ningún saber puede pretenderse desde un punto cero o “hacer tabla rasa” sin contar con lo anterior; luego el ser humano no es un ser “arrojado ahí”, aunque sea un resultado único conceptualmente, sino –en consecuencia- trascendido ahí. Pues el resultado único no es lo objetivo (Dios, el monoteísmo, es un resultado único), más bien el resultado trascendido por una coherencia o significación coherente. Y, ¡ya!, esto no implica la imposición  de un comienzo, únicamente la advertencia de causas coyunturales o cíclicas que infieren al ser y a su lenguaje. Así, desde luego, la filosofía hermenéutica – o la etnolingüística- puede considerar que representa o interpreta o “dibuja” la realidad a partir de mitos, del arte o de los símbolos; pero eso denota demasiado, demasiado o exagerado simplismo: el lenguaje no representa sino es, y es la predisposición que le ha permitido esas opciones.

El concepto -o el símbolo de cualquier índole comunicativa- es el único puente para “decir la realidad”. Por ello, para que exista el conocimiento, el consciente, primero habrá que decirlo –en eso consiste-; porque “ser consciente de la realidad” –lo objetivo- implica reconocerla y, este reconocimiento cualitativo, aumenta con un mayor y coherente lenguaje (en los animales existe un reconocimiento primitivo o conciencia reducida, pero tal conlleva más objetividad al no ser vulnerable por la sugestión).

En el conciencismo de Berkeley se señala o se argumenta que “yo soy” y, puesto que reconozco que soy, ya estoy más capacitado “para la conciencia”. El concepto capacita, sin lugar a dudas, por ser -en el lenguaje- un instrumento capacitador de advertencia de la realidad. “Esse et percipit” (Berkeley), eso es reconocido como realidad, no como nada, sino como “algo” dicho, advertido.

Conforme a tal adquisición de capacidad consciente, el ser humano percibe –o admite- antes lo que más necesita (“naturaleza necesitante”) y adapta su lenguaje para ese fin –aunque no sólo para él-;  por lo que se sujeta a necesidades –culturales o individuales- y crea necesidades. No de balde, en cuanto a que le sirve como una eficaz integración al entorno: se alía con otros beneficiarios de ese nivel consciente de realidad y de cultura – a favor de leyes comunes, de servicios compensatorios, etc.-. Lo que convergería en una “estructura cultural”, en una estructura-objeto que le condicionará en “algo”.

Sin embargo, con él aún conviven sus instintos, sus sensaciones, pues lo concreto es el acto del sentir junto a la capacitación para lograrlo; por lo cual, el ser diferencia, concreta “una verdad” –o “verdades”- con respecto a lo que recibe o con respecto a un percepto que ya recibió: la advierte antes de “determinarla” su simbología –que sin duda actuará progresivamente-. A saber, los sentidos propioceptivos –con los que cuenta a priori- le conforman caracteres físicos o reales de un hecho como la fatiga, la orientación, el ritmo, la distancia, la humedad, el peso, etc. Entonces, experimenta con el medio-por sobrevivir- corrigiendo y consiguiendo una adaptación; y mínimamente es posible si se corrige con respecto al medio, es decir, con respecto a “lo real” que habrá de conocer –y de discernir, por lo que se sintetizará en forma “gestalt”-. Con su conocimiento, no con su desconocimiento, antes de ser simbolizada una sensación es propiamente una sensación instintiva, de espontaneidad instintiva frente al acto más lento y reflexivo de la racionalidad.

De antemano, percibir no es razonar, pero conduce a razonar (la bipedestación no es razonar, pero conduce a la cerebración). Lo adquirido podrá ser más o menos innato, pero parte de las capacidades adaptativas  hacia lo que existe. Un ser humano imagina, sí, no obstante siempre después de ver una imagen; luego habrá de percibir la realidad primero, como prioridad.

Si en una cultura la sugestión deforma -sugiere una determinada organización perceptiva-, en cambio, sólo la racionalidad desmontará ese error con posterioridad mediante su mayor conocimiento o conciencia.

Sólo la razón corrige lo que la sugestión y el prejuicio fijan involutivamente. Por ejemplo: si el prejuicio le dice a un pueblo que no debe conocer la realidad, aislándolo, la razón le demostrará que a priori es un mínimo conocimiento de la realidad, pero –así-se niega a un mayor conocimiento o renuncia a esa capacidad, a ser sociedad –siendo por definición “sociedad”-.

En este contexto, hoy en día hay intelectuales que aún separan el mundo de la realidad (“esto es un mundo”, “aquello es otro mundo” defienden y no que “esto y aquello son partes del mundo”, de la realidad), lo cual confunde, por el motivo claro de que fijan “tu verdad”, “mi verdad”, “tu mundo”, “mi mundo”, “tu realidad”, “mi realidad” y no respetan  -por lo menos- o no reconocen que vives la verdad y la realidad “que te toca”, la que te impregna directamente del mundo. No complementan como todo lo hace en la naturaleza, sino que ellos –demostrándolo- “quieren ser” más soberbios o pedantes.

El ser es el que vive la realidad –no el no-ser-, en la parte del mundo que le toca y, porque la vive, lo hace o lo construye la realidad, lo dice con sonidos o sin sonidos, así o asá, pero “ese decir” dice la realidad desde un primer momento instintivo para ser, luego, un logro más consciente si de verdad se atiende a esa conciencia o a ese conocimiento mayor.

En este sentido, es incierto que el signo ya por hecho –como lo establecía Ockham- se separe de su referencia significativa de lo real, sino que equivale a su interacción con ella. Lo real, sin duda, si no advierte su presencia no interacciona con el sujeto real; y, con ello, el sujeto sería irreal, no existiría. En efecto, para interaccionar debe coexistir una predisposición inevitable, que asumirá asimismo las reglas reales desde un principio.

Conque el sujeto no meramente aporta la realidad, sino “comporta” la realidad; es un sujeto aquí conformado a partir de la realidad, consecuente prioritariamente con ella.

El atomismo positivista y el estructuralismo (*) por error aíslan al acontecimiento – en proporción a su relevancia conceptual- como finalidad por concebirse el suceso presente, pues, propugnan que su estructura real “sólo funciona” ahí bajo unos muy restrictivos factores culturales o de acontecimiento. La realidad, para estas posiciones filosóficas, “es” lo que “ahí sólo es” o se ha permitido que sea: las raíces, las condiciones y las capacidades que hasta ese “ahí” se llevan poco les importa (por eso, los conceptos practican el truco de nacer, de iluminarse en el instante, convenidos esencialmente por unos datos culturales del… “ahí”). Sentencian que si es una estructura la realidad, el lenguaje nos lo organiza una estructura; ¡ah!, pero ¿quién organiza tal estructura?, ¿acaso el ser humano remotamente lejos del mundo y de realidad?

Enfrente de eso, la realidad no es una estructura para alguien por siempre, sino está en todo lo que existe, en grado tal que confiere o conlleva o presenta un estado continuo de realidad, que lo deriva o lo difluye a todo lo que existe. Es vano, es irracional el afirmar aquí hay una estructura en digresión con todo lo demás que “sutura”, que cohesiona la realidad.

En resumidas cuentas, la cultura influye a la vez que a la razón no la incapacita para los mínimos logros que obtenga. Que las “niños-lobo” (por ejemplo, dos niñas que habían sido criadas en una caverna de la India por lobos, descubiertas en 1920) no desarrollaran la razón no deducía, no,  que no existiera la ley racional de supervivencia –o de identidad animal-, sino que no eran conscientes de ello.

La razón es una conciencia -o un nivel evidente de conciencia- que permite advertir más realidad; por lo tanto, la sociedad no suma tan sólo prejuicios, pues, suma también intuiciones (predisposiciones cognoscitivas) a los instintos (impulsos genéticos), no descartando los actos conscientes que prosperan siempre a través de conocimientos de la única fuente o materia prima que hay, la de la realidad, no la de la nada.

También, al respecto del entorno –o de la realidad-, la “naturaleza” se ofrece con una perfección no equilibrada conforme a nuestro desequilibrio o ideal por superarla, sino conforme a que mantiene un equilibrio ante todo, no ante un pedante: en homeóstasis ante cualquier conveniencia particular o ante cualquier supuesto acontecimiento.

(*) El estructuralismo sería menos erróneo si considerase el aspecto de la estructura “en la realidad”, no que ésta la restringiera a estructura sin más.

2. VERDAD Y REALIDAD

La razón es la capacidad que tiene un ser humano –o un ser vivo- para ser consciente de sus conocimientos, por lo que los ordena, los clasifica y los relaciona entre sí; en función de eso, no los aísla consecuente con una “interrelacionalidad”, sino los depara y los guía como un instrumento activo –abierto y no cerrado- para que sean continuamente ajustados a lo real.

Por cierto, como resultado es así, una coherencia –o que alcanza una coherencia- y, a su vez, un medio porque prevalezca en el tiempo; debido a que se abre cada vez más una ventana para quien la abre, una conciencia de que existen partes y más partes de la realidad. Pues, hacia esa suma la verdad se vincula, pero no hacia un fijismo –dogmatismo- que la detendría para alimentarse de ella misma de forma autotélica o telocéntrica.

Quizás, sí, sería suficiente decir que la verdad es lo que se refiere siempre a la realidad que transcurre y así, como ésta transcurre, deben ajustarse a ella por obligado los conceptos que la aludan, esto es, superarse a sí mismos. El concepto de familia, por ejemplo, atenderá además a la realidad de lo que 'ahora' se ha ampliado o discernido de su realidad, en su plano individual, social y jurídico, no sólo en su intensificado y “sublimado” plano reproductor y teológico(1); en cuestión porque una “verdad abierta” –si no es íntima o irrelevante socialmente- siempre significa un beneficio a largo plazo, pues, equilibra a la sociedad en pos de un entendimiento, de una integración, de una paz.

Por eso, en tal consonancia, el “intelecto abierto” –o la razón que implica- selecciona las verdades relevantes: las que han logrado superar un error preestablecido durante un dilatado tiempo; puesto que la verdad corrige, evidencia primero cuál era el error, lo demuestra como error, lo señala o lo advierte en virtud de no justificárselo a la aptitud-actitud humana, luego motiva o provoca una evolución conforme a la que también posee la naturaleza. Verdad activa, por ello, equivale a una asunción de errores.

El intelecto, ahí, actúa con lo que ha adquirido; pero, a ver, ¿le influyen unos principios sólo sociales o culturales? Bien, aunque pensamientos apegados a la sociología, al estructuralismo y a la etnolingüística sostengan que sí, el ser humano sobrelleva sólo esa carga, precisamente no cognoscitiva sino propulsora de conocimientos, pues, la sociabilidad es comunicación, adquisición de conocimientos.

Es inútil defender sin  más que la cultura los utiliza(2), puesto que primero los busca, los halla abiertamente –más tarde o más temprano los halla lo más objetivos o lo más completamente objetivos como conocimientos-. Por ejemplo, de si la Tierra es plana o es redonda parte de la objetividad del reconocimiento de la existencia de la Tierra, luego ya se demostrará poco a poco lo demás. He ahí el primer saber sustantivo, el de la evidencia, de donde se engendra el saber coherente, desde aquello que se cuenta –no considerándose eso estrictamente un comienzo ontológico, sino un “a priori” para que constituya realmente una búsqueda-: este es el “logos” identificativo de lo evidente.

En ese contexto, de entrada está el discernimiento de lo contingente (algo puede ser y también no ser una existencia); de manera que atiende a un “si o no”, a lo axiomático sustantivo, a un saber sustantivo incidido por un saber condicional. Así, si algo es, al instante queda sujetado por el “Principio de no contradicción”. Bien, pero además puede ser posibilidad de lo necesario, de que el “algo” pueda ser necesario directamente para otro algo; por lo que al instante queda sujetado por el “Principio de causa-efecto”, pues, “algo” implicará una conjunción en donde ya se inicia el saber adjetivo o discursivo (Leibniz diferenció esto, la verdad contingente –de hecho- de la verdad que luego la aplica la razón para lograr otra necesaria). Es decir, si algo existe ya, tendrá sus causas, tendrá sus efectos gracias –siempre- a sus relaciones.

Por supuesto, desde tal consideración actúa el saber discursivo, el analítico, el que verifica sus propuestas o sus adjetivos por inferencia –el que “salvará” sus hipótesis en cuanto a que “busca”-.

Sí, es cierto que este saber discursivo ha justificado una tabla rasa frente al “a priori” eludiendo al conocimiento inmanente con arreglo a que prevalezca sólo un pensamiento revelador del hecho como un resultado junto a su accidente cultural y, por ello, se ha opuesto por sistema –al margen de lo coherente- a un orden(2), a una base del saber mediante el aforismo o la digresión. Así, mientras Nietzsche dejaba sin efecto o irrelevante “lo aprendido”, Heidegger lo destinaba a lo que exclusivamente incumbía al sentimiento existencial humano, como restringido a una experiencia poética.

También, Hume, propugnó que la razón no cuenta con principios innatos; para él el “Principio de  causalidad” deviene de una “sucesión constante” (la costumbre de experimentar hechos sucesivos nos 'detiene' para esperar un acontecimiento), no una “conexión necesaria”.

Sin embargo, por el contrario Kant elucidó que el 'ser' entiende porque la realidad ya le es propia, con un “a priori”, con unas “categorías de entendimiento” –por ejemplo, entiende lo superior y lo inferior o lo que le supera en algo-; desde luego, vivir será experimentar pero, este experimentar, evidente es que cuenta con unas capacidades inevitables en su ejercicio, con una condición natural insoslayable sin duda como información, es decir, cuenta con un pasado de coherencia natural en suma: un “algo dado”. Entonces, el aprendizaje aprende con “lo dado”, “lo dado aprende” –pues la nada es muy difícil que aprenda-.

En los mismos términos, el que aprende es el que se remite a la experiencia, él como realidad de antemano; y él adquiere una conciencia, una razón. Subsiste, pues, la razón en lo vivido, no sin lo vivido. Advirtiéndose esto, si la razón es conciencia y la conciencia la acrecienta la experiencia –por ejemplo, el que ha pasado hambre es más consciente de lo que significa pasar hambre-, entonces, un animal no está exento de tenerla en un mínimo nivel; luego todo animal es racional en la medida en que aprende. Porque, si la racionalidad fuese un “sistema mágico o improvisado”, la arquitectura egipcia debería haber sido totalmente diferente a la maya, y no es así; es decir, si la cultura determina solamente la razón, de modos diferentes hubieran razonado un egipcio y un maya, empero habían aprendido una equivalencia racional no muy alejada de la que posee la misma naturaleza, la que proyecta la conciencia del medio que la organiza (la seguridad es una razón natural, igualmente el descanso, la percatación de lo que es diferente, de lo próximo, de lo superior, etc.).

La razón es el efecto de la conciencia y, ésta, ordena o guarda en un orden –no en un caos- las verdades –o conocimientos- en función de las que ya son evidentes y de las que le son luego necesarias. “Hay que acabar con el hambre en el mundo” –por ejemplo- es necesario para el bien común, por lo tanto es una verdad, pero aún no es un hecho. Por cierto, la verdad de hecho es diferente y se mantiene taxativamente. Entonces, si toda verdad atiende a “A es verdad si A existe físicamente o si es un estado psicológico que se desea y se necesita no perjudicando al bien común”, la verdad de hecho atiende a “A es verdad si A existe físicamente”.

No obstante, antes de un saber discursivo o analítico o adjetivo, la verdad ha de presentar su base sustantiva o de identificación a expensas de “A es A si y sólo si A es A”; pues, después de ahí, en un juicio “analítico o profundo”, la verdad corresponderá a la verificación de su propuesta sujetada en “A es B siempre y cuando B sea propio de A”. Por ejemplo: “Un animal es carnívoro siempre y cuando éste coma carne”

El juicio racional entra, por supuesto, en la pretensión analítica de la razón tras advertirse que el objeto del juicio existe (luego existe una verdad imparcial). Al respecto, Russel afirmó: “está claro que la vedad o falsedad de un juicio dado no depende en absoluto de la persona que juzga, sino solamente de los hechos sobre los cuales juzga”. El juicio racional, por ello, ha de ser imparcial sobre ése que se difunde de forma arbitraria; por lo que sortearán prejuicios o se someterá todo conocimiento a una verificación coherente, a una comprobación continuada de que son coherentes todos los elementos que proporciona como juicio racional: “La proposición A es coherente si son coherentes los elementos que conforma o le son propios”.

Por último, aunque no estoy de acuerdo en mucho de lo que defendió, señalaré esta frase de Wittgenstein: “El resultado de la filosofía no es un cierto número de proposiciones filosóficas, sino el hecho de que las proposiciones se esclarecen” –lo que es aplicable al saber en general-.

 (1)Jacques Derrida quitó credibilidad al concepto por haberle creado un alma-cuerpo pero en dualidad irreconciliable: su significante y su significado. Pero no comprendió que, si la realidad cambia para que sea real, los conceptos lo hacen con toda naturalidad para extenderse en la realidad.

 (2)Lévi-Strauss, por su parte, opuso la naturaleza a la cultura; como si una representase el bien y otra el mal, algo bastante exagerado.